Como filóloga, el tema del bilingüismo siempre me ha interesado. El otro día me topé con una videoconferencia de Esti Blanco-Elorrieta en TED que hablaba sobre esta cuestión y no puedo estar más de acuerdo.
Blanco-Elorrieta empieza con un dato impactante: actualmente existen 6.000 idiomas en todo el mundo pero en 30 años esta cifra se va a reducir a la mitad. ¿Porqué los datos son tan pesimistas? Básicamente porque los hablantes prefieren usar una lengua poderosa, de prestigio, y van abandonando su lengua materna. A esta razón de carácter social, durante la primera mitad del siglo XX se le unió un motivo científico: los investigadores asociaban el bilingüismo a problemas cognitivos. De este modo, el bilingüismo adoptó tintes negativos.
Desde la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días, muchos lingüistas han realizado (y realizan) estudios para confirmar o desmentir tales afirmaciones pero no están consiguiendo resultados concluyentes. Han demostrado que a los bilingües, cuando se les exige hablar en un determinado idioma y sobre un tema determinado, les cuesta más encontrar el vocabulario adecuado o su discurso es más lento, pero en una situación comunicativa normal, se comportan del mismo modo que una persona monolingüe. Lo único en lo que los bilingües parten con ventaja es en el hecho que, por el simple hecho de hablar dos lenguas, tienen más vocabulario que una persona monolingüe.
Por lo tanto, lo único que podemos afirmar por el momento es que el bilingüismo no afecta nuestro desarrollo cognitivo y que debemos enfocar su estudio a las cuestiones sociales. Tal como comenté en un post anterior en motivo del Día Europeo de las Lenguas, los idiomas son los encargados de dar forma a lo que nos rodeo, de reflejar la diversidad humana o las diferentes culturas. Por lo tanto, ser bilingüe significa formar parte de dos culturas y poder ver el mundo de dos maneras diferentes.
