Ayer estaba sentada en el parque cuando, de repente, se me acercó un joven. A pesar de la mascarilla y del pelo casi rapado, le reconocí: era un alumno al que daba clases presenciales hace unos 3 años.
A. era un alumno de necesidades especiales. Le costaba horrores estudiar pero le ponía muchas ganas (ayer mismo me explicó que no aprendió a multiplicar hasta los 11 años). Además, él no se avergonzaba para nada de sus dificultades y se las explicaba a sus compañeros con total naturalidad. Dejando a un lado sus circunstancias, era una chico extrovertido, divertido, amable,… que se hacía querer, vamos.
Hace un par de años, justo al empezar el curso, me extrañó que no asistiera a clase (él no se las perdía nunca) así que llamé a su madre para ver si se habían olvidado del día de inicio. Su madre, con la voz entrecortada, me contó que a A. le habían diagnosticado cáncer y que le tenían que operar de urgencia, con tan solo 15 años.
Me quedé de piedra. Con A. habíamos tenido mucha «conexión» desde el primer día y me costaba creer que alguien con tanta vida, con tanta energía, estuviera pasando por esa situación tan dura y complicada. Después de eso, llamé a su madre un par de veces. Me contaba que estaba bien aunque cansado, que le habían vuelto a operar, que empezaban con la quimio,… La mujer se oía muy decaída y, aunque agradecía las llamadas, se notaba que no tenía ganas de hablar del tema. Así que no volví a molestar.
El año pasado, vi a A. de refilón. Bueno, mejor dicho, A. me llamó por la calle, como siempre hacía si yo no le veía. No pudimos hablar, pero por lo menos vi que no estaba en el hospital y que salía con sus amigos.
Ayer, por casualidades de la vida, tuvimos todo el tiempo del mundo para hablar. Me contó que le habían operado 3 veces. Que había acabado el cuarto ciclo de quimio. Que se le había caído todo el pelo y ahora le empezaba a crecer. Que lo había pasado muy mal. Pero que, a pesar de todo, no podía hundirse. Y no lo podía hacer porque tenía que evitar que sus padres, su hermana y su abuela se hundieran también. Los tenía que mantener a flote.
Tampoco ahora es el momento porque su enfermedad son cosas de la vida. Y que si a él le ha tocado luchar, no le queda otro remedio que hacerlo. Que esto es como quien suspende un examen y no le queda otra que estudiar. O como si pierdes el DNI, pues te tienes que hacer otro. Cosas de la vida y ya está.
Luego me contó que, lógicamente, no se había sacado la ESO, pero que ya lo haría más adelante, que tenía tiempo. Y que ahora, con 17 años, ha empezado un ciclo de Guardia Forestal que le encanta aunque para su ritmo, el profe va muy rápido y él no es capaz de memorizar 1000 tipos de plantas y árboles. Pero que ya lo hará, que tiene tiempo y que él no aprende a tanta velocidad.
Y así, después de casi 1 hora hablando y antes de irse, me dio un intento de abrazo y me dijo que otro día me buscaría en el parque para charlar mientras sus amigos juegan a fútbol.
